FUENTE: www.lavanguardia.com

AUTOR: JAVIER RICOU.

Vienen para quedarse, pero aún no puede decirse que estén entre nosotros. Al menos en los hogares. El robot social, “ese artefacto que pretende no serlo porque finge tener intenciones, sentimientos, comprensión o empatía”, como indica la investigadora de la UPC, Marta Díaz, ha superado, eso sí, el estadio del sueño futurista.

 Los prototipos existen y son muchos, pero esa tecnología aún esta lejos de ser una realidad al alcance de la gran mayoría de ciudadanos.

“Faltan, al menos, cinco años” para que el robot social –esa máquina pensada para prestar servicios muy domésticos, que tiene voz humana y se comunica también con gestos o la mirada– se cuele de forma generalizada en los hogares, aventura Fernando Alonso, investigador de Robotics Lab, en la Universidad Carlos III.

Puede afirmarse, por lo tanto, que el robot social, una inteligencia artificial pensada para hacer la vida más fácil a los humanos –bien sea para entretener, como asistentes, velar por la salud o simplemente para hacer compañía– ha entrado ya en la recta final de su desarrollo.

La investigación

Lo más complicado es dotarlos de vista para que detecten el estado de ánimo de su dueño y actuar en consecuencia

Aunque vistos los continuos anuncios de prototipos presentados los últimos años en todo el mundo, podría interpretarse que la implantación generalizada de esas máquinas va muy despacio.

 Pero lo cierto es que la historia del robot social es muy corta. De esos artilugios con vida propia no empezó a hablarse en serio hasta 1997, cuando se presentó en sociedad “el mítico robot Kisme, desarrollado por Cynthia Breazeal”, recuerda Marta Díaz, psicóloga dedicada a investigar el nuevo mundo que se abre en esa relación entre robots y humanos.

Kisme era una cabeza sobre un cuello, “a la que se consiguió dotar de una expresividad espectacular que imitaba comportamientos humanos como la mirada, la sonrisa, el movimiento de las cejas y una vocalización con entonación afectiva”, añade esta profesora de la Universitat Politècnica de Catalunya. Díaz considera que ese proyecto “fue el empujón a los robots sociales tal y como ahora los conocemos”.

La apariencia no importa

El aspecto del robot agente social es ahora lo menos importante; los esfuerzos se centran 
en hacerlos inteligentes

En este campo es ahora mucho más importante la inteligencia artificial que el aspecto. Darles forma o apariencia humana, con la actual tecnología, “puede hacerlo cualquiera”, afirma Fernando Alonso.

 El desafío de los expertos dedicados a la investigación en este campo va por otros derroteros, revela este investigador de Robotics Lab. 

Todo el esfuerzo se centra en conseguir que esos robots –con independencia de si tienen aspecto humano, son solo una cabeza o un simple trozo de metal– se comporten como humanos”.

 O dicho de otra manera; “que respondan, como haría una persona, a estímulos concretos, detecten los movimientos que hay a su alrededor y, lo más difícil, reaccionen en función del estado de ánimo de la persona con la que conviven”. Ahí se esconde el verdadero desafío para que la sociedad muestre interés por ellos y los adopte como uno más de la familia.

Mucho dónde elegir

El catálogo es amplio: están los asistentes, 
los profesores, los que acompañan y los “inútiles” que divierten

Marta Díaz coincide en este punto con Alonso y apunta que a la hora de diseñar estos robots (habla de los incluidos en el catálogo de los considerados como agentes sociales) lo primordial –más que el aspecto– “es centrarse en el rol que van a desarrollar y el comportamiento que tendrán en el desempeño del papel asignado”.

Y aquí es cuando tocaría hablar de las diferentes categorías. “Tenemos a los robots asistentes con una misión muy clara: guías de museo, informador en un aeropuerto, camarero, auxiliar en un aula, profesor de idiomas, asistente para compras…”. Pepper o Nao formarían parte de ese grupo.

Otros robots, que de momento no está previsto que lleguen a los hogares, “han nacido para quedarse en laboratorios”, como Nexi, Leonardo, I-Cub o Simon. Y existen también prototipos, como el osito de peluche llamado Huggable y creado en Boston o Kasper, que nació en Lisboa. Ellos ya desempeñan su trabajo, indica Díaz, en unidades de pediatría de diferentes hospitales. Un regalo para los niños que tienen oportunidad de interactuar con esas máquinas.

En otro estadio se promocionan los robots “a los que cariñosamente nos referimos como los inútiles”, revela la profesora de la UPC. No hay que esperar ninguna ayuda de ellos, “no son funcionales en el sentido de desarrollar una tarea por ti”. Son los robots pensados para hacer compañía. 

Para Fernando Alonso, un mercado “con un gran futuro” en sociedades donde cada día hay más personas que viven solas y con una población que envejece a pasos agigantados.

“Esos robots se han creado para que los cuidemos y mimemos y están diseñados para hacernos saber que agradecen cualquier muestra de afecto”, afirma Marta Díaz. 

En el diseño de esas máquinas es muy importante, recalca Alonso, “conseguir que esos robots reaccionen si los tratamos con cariño o los acariciamos, por ejemple, en un punto concreto”. 

¿Hay que quererlos?

La relación humano-máquina

Los robots sociales son fascinantes, afirma Marta Díaz, “porque nos interpelan al estar en una zona borrosa entro lo animado y lo inanimado”. Y continúa: “Invitan a mucho más que a interactuar con ellos o establecer relaciones de larga duración. Tenerlos en casa abre un desafío para explorar los límites de su inteligencia, habilidades sociales, conciencia y la capacidad para emularnos. Marta Díaz considera que la aportación de esas máquinas con los más pequeños afectados por trastornos evolutivos abre posibilidades infinitas. Fernando Alonso lo ve, por su parte, como los mejores compañeros para la gente que vive sola o las personas mayores. ¿Hay que querelos? “Depende”, responde esta investigadora de la UPC. ¿Hay que ser amigo de todo el mundo con los que nos vemos a lo largo del día? “No hace falta. De nuevo, depende del rol. Si queremos que el robot nos reconforte, nos acompañe, nos consuele, nos levante el ánimo, nos guarde un secreto, entonces sí, entonces es necesario que se genere un vínculo emocional, una confianza. Si queremos que la gente los adopte amorosamente como mascotas, tenemos que hacer que sean adorables y nos roben el corazón”. Tienen que ser percibidos como amables y benévolos. Marta Díaz no esconde que todo esto es nuevo y aboga por más investigación “sobre el impacto de nuestra relación con esas criaturas artificiales”, antes de que se adueñen de los hogares

Si no hay respuesta e interacción por parte de esos robots, “difícilmente conseguiremos su aceptación”, insiste el investigador de la Universidad Carlos III, ya que esos artilugios no pasarían de ser una máquina más o una de esas aplicaciones o dispositivos que usan siempre las mismas frases o responden con el mismo tono de voz cuando se les ordena que enciendan una luz, busquen un número de teléfono o faciliten una dirección.

En este grupo de los robots “inútiles” triunfan los prototipos “que adoptan formas que evocan vagamente una mascota, algunos con características más realistas y otros de aspecto fantástico como Paro, el bebé foca o Pleo, el bebé dinosaurio”, continúa Marta Díaz. 

El futuro deseado

El reto es dotarlos de “alma” para que dejen de ser una máquina más e interactúen con lo que se mueve a su alrededor 

Pero ¿Son realmente inútiles?, se pregunta esta psicóloga. Responde: “Nada de eso, pues su función es entretenerte y hacerte sentir bien”. Ahí promete también maneras Keepon, morfológicamente muy simple (es como un pequeño muñeco de nieve, pero de color amarillo) con gran aceptación entre los más pequeños. 

El éxito de este robot incluido en el grupo de los sociales es la prueba que confirma de la tesis defendida por Fernando Alonso cuando sostiene que los creadores de esas máquinas han llegado ya a la conclusión de que en este campo no es tan importante el aspecto, como las prestaciones.

Se está celebrando en la Salle el Congreso de Robótica Social. En la imagen el robot dinosaurio Pleo. Foto David Airob
Pleo es otro robot social con mucho éxito en las pruebas piloto. Se deja querer David Airob Propias

En estos momentos uno de los retos más ambiciosos es “avanzar en los programas que dotan de vista a esos robots”, anuncia Alonso. 

Conseguir que esa máquina reconozca el entorno en el que está y detecte lo que ocurre a su alrededor, hasta el punto de advertir un cambio en las facciones del rostro del humano al que asiste o acompaña para variar su mensaje o comportamiento en función de si esa persona está triste, alegre o enfadada”.

Hasta que esos robots lleguen en masa a los hogares falta aún mucho rodaje. Ahora los experimentos se hacen en pruebas piloto, como la impulsada por el Ayuntamiento de Barcelona con Mysti, diseñado para asistir y hacer compañía a las personas mayores.


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